jueves, 6 de octubre de 2011

capitulo 3.

Te echo de menos Marc. A veces pienso algo y justo antes de decirlo, me doy cuenta de que no estás, de que ellos no me entenderían. Y me callo, y me hago muy muy pequeña, insegura. Te echo de menos y echo de menos pasar horas y horas contigo, olvidando el tiempo. Por el día responsables, encerrados en las puertas de la biblioteca, -siempre fuera-, entre descansos y un par de cigarrillos. Por la noche, sofá. Series y películas absurdas, de miedo o en blanco y negro, palomitas, y caladas de ojos rojos. Marc-André es uno de esos chicos que te hacen sonreír, incluso en los peores momentos. Despistado, tierno y sensible. Conocí a Marc en la universidad, hace cosa más de dos años.  

(…) Habías dejado la ropa tirada por toda la habitación, era propio de ti. El desorden de tu vida traducido en el desorden de tu cuarto. Ponerte los calcetines del revés y peinarte con la parte lisa del peine. A veces te miro preguntándome si te habrás puesto las dos lentillas, intentando descubrir por qué pareces tan calmado cuando el mundo gira a millones de kilómetros por hora. Creo que eres de esas personas que podrían conducir con los ojos cerrados. Qué digo, tú podrías conducir sin piernas, sin brazos, incluso sin ruedas, que tarde o temprano llegarías donde quisieras. Encontrarías un oasis en medio del desierto, lleno de agua, de cerveza, con una casa enorme, tres piscinas y una pista de tenis, tienes ese don. Tan desastre y tan fuera de lo normal, de lo corriente.

El sábado pasado quedamos Bonie, Marc y yo. Por momentos, no sabía a quién había echado más en falta. Fuimos a cenar al italiano de la plaza mayor, junto a la estatua de David Bowie, a la altura del semáforo que siempre está en ámbar. La noche empezó con unas cuantas cervezas de más, pero la lluvia parecía querer juntarnos en un sitio más recogido, íntimo, nuestro. El piso de Marc es perfecto para estos momentos, pero los planes se fueron torciendo con cada minuto que el reloj decidía pasar. Bonie se encerró en sí misma apenas sentarse en el sofá, -armadura de metal-. Sin decir demasiadas palabras, desconectó del mundo, el cansancio se hizo con el control de sus parpados hasta cerrarlos por completo. Marc y yo, acostumbrados a depender el uno del otro, nos encendimos todo lo insospechadamente fumable que encontramos en los cajones de su habitación. (corteza de coco..) Echaba de menos esa complicidad con él, Bonie es un caso aparte. A veces pienso que nunca se dará a conocer, que nunca hablará de sus sueños, sus miedos. Que un día sin más, habrán pasado cuatro años y ni ella ni yo, esbozaremos una sonrisa al recordar los viejos tiempos.


(.....)


Mónica Gae.

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