Recuerdo la primera vez que suspendí una asignatura
por querer volver a repetirla,
y porque todas las demás eran tortuosamente aburridas.
Solo en ésa encontré tu nombre
-aunque por aquel entonces yo tuviera seis años menos
y ningún sueño en
propiedad.
El primer recuerdo que tengo sobre Poesía
fue en clase de Lengua y Literatura
y trata sobre un orgasmo
camuflado entre versos y metáforas
que hablaban de valles y cataratas;
en el examen teníamos que analizar su significado
y sinceramente,
no me extraña aquel 2,6 como nota final
después releer mi comentario de texto:
“Yo creo que
Aleixandre era un poco cobarde
fíjese bien,
para qué tanto paripé
si el sexo es sucio
se escriba por donde
se escriba
y él solo intenta
ponerle palabras bonitas
al hecho de que se
corría en sueños
y en lugar de
limpiarse con clínex
lo hiciera en forma de rima
asonante.
Por cierto,
8-
8a (7+1)- 8a,
creo.”
El profesor me citó en su despacho
y me obligó a llevarles una copia del examen a mis padres.
Menudo cabrón,
como si él tuviese la más mínima idea de qué trataba aquel
poema.
Como si cualquier poema tuviera un solo significado.
Después de aquello
odié la poesía durante años,
y ni siquiera cuando conocí a Pablo,
-aquel chico tímido de ojos rasgados-,
se me pasó por la cabeza la idea de escribir.
Con Pablo, de hecho, ni siquiera llegué a entender
aquel 2,6 de mi nota final;
aquello lo entendí cuando llegaste tú
y en lugar de limpiar el sexo con clínex
lo limpié con un papel
en el que escribí tu nombre.
Y lo entendí porque si aquellos versos
los hubiesen tenido que analizar
alumnos de 1º de Bachiller,
un 2,6 sería una nota de putísima madre
teniendo en cuenta
que dudo mucho,
que alguien se acerque al 1 sobre diez
si pretendiese entender lo que escribo
cuando escribo sobre ti.
Eso solo lo entendemos
tú
y
yo.
Lo demás, son aproximaciones.
PD:
ojalá caigas en este blog algún día,
-querido Don Miguel
Ángel B. Hernández-
mires mi contador de visitas
y recuerdes aquel 2,6 de mi nota final
y aquella frase con la que acabaste nuestra cita en tu
despacho:
“No todos han nacido
para entender la poesía,
está claro, al menos,
que tú no.”
Cómete ésta, cabrón.